A raíz de la tragedia de Ciudad Juárez en la que en un centro de detención del Instituto Nacional de Migración (INM) 40 migrantes perdieron la vida, más allá de los intentos del gobierno mexicano por minimizar lo ocurrido y responsabilizar solamente a los guardias de dicho centro, ha habido un clamor, casi desde cualquier sector no gubernamental o cercano a AMLO que pide una revisión, reflexión y cambio profundo de la política migratoria mexicana que en este sexenio convirtió a México en un país de contención de migrantes, sin tener o generar las condiciones más elementales para ello.
Ninguna de las acciones gubernamentales posteriores a la tragedia deja entrever siquiera la posibilidad de que ello ocurra. Hasta el momento de escribir esta nota, casi 15 días después del incidente, el titular del INM sigue tan campante en su puesto, como si nada hubiera pasado y todo fuera producto de un descuido de los vigilantes. En casi cualquier país del mundo, al día siguiente de la tragedia habría sido relevado del cargo. No en México, no con AMLO. Ese debe ser el “humanismo mexicano” que presume el mandatario.
De hecho, el presidente ha tocado relativamente poco el tema en sus largas conferencias matutinas en las que habla de todo, de lo que sea, hasta canta. Peor aún, en alguna de ellas mencionó que el tema lo llevaría la secretaria de seguridad y protección ciudadana y que él “mejor ya no se metía”, como si se tratara de un asunto policial y no uno de política migratoria.
Quien hace unos días mencionó que el INM sería sustituido por una coordinación nacional de asuntos migratorios y extranjería con una estructura en la que participarían varias dependencias gubernamentales, la sociedad civil, organizaciones protectoras de migrantes, sin militares en cargos o funciones importantes y sin el actual titular, fue el padre Alejandro Solalinde y dijo incluso que ya había presentado la propuesta al presidente.
El padre Solalinde, a quien varias veces defendí públicamente, cuando fue atacado por otros gobiernos, durante muchos años fue defensor y protector de migrantes. Con mucho esfuerzo construyó una trayectoria y se convirtió en referente en el tema. Sin embargo, hoy carece de autoridad moral para encabezar un cambio en la política migratoria mexicana. Todo ese prestigio lo tiró a la basura al convertirse en “porrista” del gobierno actual y no solo tolerar, sino alabar la transformación de México en país de contención de migrantes, a sabiendas que los primeros y los más perjudicados serían los propios migrantes. Lo que se construye en una vida se puede perder en un día.
Como la discreción nunca ha sido una de sus cualidades, él fue uno de los principales oradores en aquel evento en Tijuana en junio de 2019 en el que se festejó el acuerdo con Trump a través del cual México se comprometía a incrementar la presencia de la guardia nacional para detener migrantes centroamericanos y recibir a los solicitantes de asilo mientras se resolvía su solicitud. El daño que esto ha provocado a los migrantes y sus familias ha sido muy grande y no hay manera de aceptar que Solalinde no lo sabía. Muchos no creíamos lo que oíamos. El padre Solalinde festejando que la guardia nacional controlara migrantes.
De hecho, en ese mismo evento, con esa mezcla de incontinencia verbal y oportunismo tan suyos, llamó a AMLO un gran presidente, su hermano y al final de su intervención mencionó que muy pronto México tendría una mujer presidente. Y eso que apenas era junio de 2019. Lo último que se supo de él antes de la propuesta que dice presentó, fue que andaba acarreando, con el gobierno de la Ciudad de México, asistentes a las marchas de apoyo a AMLO. Triste e inexplicable final. Se vale acercarse al poder para desde ahí generar un cambio, pero no para dedicarse a echar porras.
Todo apunta a que la propuesta Solalinde en el mejor de los casos sea una simulación para lavarle la cara al actual gobierno mexicano, en particular a AMLO que tan mal ha quedado en el tema migratorio y en el peor, ni siquiera eso y que la idea acabe en el cajón del olvido. Llama la atención que el presidente mexicano no ha dicho casi nada al respecto y que, aun creyéndole a Solalinde, una cosa es presentar una propuesta, otra que se apruebe y otra muy diferente que se lleve a la práctica.
Cuando mucho, si el presidente quiere, algo que no queda claro y si Marcelo Ebrard lo permite, Solalinde quien claramente juega en el equipo de Claudia Sheinbaum, le organizará un evento al que asistirán las organizaciones que se sientan obligadas por la relación con el gobierno o las que creen que es mejor eso que nada. Ello permitirá al presidente, como en tantos otros temas, como con la corrupción, la inseguridad o la pobreza, decir que por fin ya resolvió el tema, sin que en realidad haya cambiado absolutamente nada o peor aún, el deterioro sea cada vez mayor.
Y así acabaremos el peor sexenio para los migrantes.