Yo también tengo hambre
y sed de justicia,
Nazareno…
León Felipe
León Felipe, el poeta y escritor español, abandona su vida burguesa y emprende un sendero colmado de peripecias: la regencia de farmacias, tres años en la cárcel, entregado a la bohemia y empobrecido. Así llega a México con una carta de Alfonso Reyes (bibliotecario en Veracruz), y a su regreso a España, en plena guerra civil, se hace militante republicano hasta 1938, para después exiliarse en México como agregado cultural de la embajada española. A León Felipe se le suele asociar con el poeta norteamericano Walt Whitman, no sólo porque lo leyó con pasión y lo tradujo, sino por su intenso tono, su canto a la libertad, su proclama y su oración mística.
Pero la mística de León Felipe no es dogmática ni confesional, sino espiritualmente íntima. Es el poeta de la desolación trágica y la dolorosa nostalgia, el sentido de la falta ontológica y de la ausencia, la imposibilidad de responder a las preguntas fundamentales del hombre y la ausencia de lo divino. León Felipe es una poesía de la trinidad: el misterio, la tragedia y lo divino. Lo humano es poético, porque el poeta es hombre. La vida es obra, la obra es vida: “Puedo sacar mi biografía de mis poemas”. (León Felipe, Obras Completas, Losada, 1963, p. 239).
¡llaves, / herramientas! / para abrir las puertas cerradas de la luz. / Sí… Tú nos enseñaste que el hombre es Dios… / un pobre Dios crucificado como Tú. / Y aquél que está a la izquierda en el Gólgota, / el mal ladrón… / ¡también es un Dios!” (León felipe, Oh, este viejo y roto violín, p. 121).
La gran metáfora de León Felipe: Dios construyó la cruz para que la ocupen todos los hombres, a través de una fraternidad universal que alimenta su valor y significación: “En la tragedia del Calvario… / retablo, historia, cuento… en ese cuento / contado por Dios, / deshojado por Dios / como una rosa de luz y de sangre / versículo a versículo, / pétalo a pétalo / y recogido en las cuatro bandejas de plata / de los Sagrados Evangelios… / ¿Cómo se llama el traidor?… / ¿Quién es el personaje siniestro?… / —Judas. / —¡No! / —¿Quién entonces? / Nadie. El viento (…) Judas es esa túnica sucia y vacía, / colgada de una higuera, / henchida, / bamboleada, / movida grotescamente por el viento…/ y un año se la pone Juan / y otro se la pone Pedro. / Lo mismo que la Cruz / — ¿Lo mismo que la Cruz? / ¿También Cristo es el viento? / —¡Cristo es la Cruz vacía! (…) ¿De quién es este año? / ¿A quién le toca hoy / el cetro de la caña de escoba, / el INRI / y la corona de sarmientos?” (León Felipe, Oh, este viejo y roto violín, pp. 83-85).