Los ciudadanos estadounidenses que fueron secuestrados por el crimen organizado en Matamoros y que días después aparecieron dejando un saldo de dos de ellos asesinados y uno herido, hacen evidente el desorden que reina en la frontera México-Estados Unidos en el tema de seguridad. Muy grave.
Las localidades fronterizas del norte de México son diferentes entre sí, pero hay procesos que son comunes a todas ellas. Todas tienen una dimensión binacional que las lleva a interactuar con la localidad colindante en Estados Unidos y esta interacción se extiende, en algunos temas, hacia el norte a otras regiones del país vecino.
La mayoría de las actividades binacionales son perfectamente legales, algunas son totalmente ilegales y otras caen en una zona gris que bien valdría analizar y administrar de mejor manera porque de otra forma se convierten en espacios de riesgo.
Es muy común que los ciudadanos de un lado de la frontera realicen compras, socialicen, estudien o trabajen del otro. La diferencia del costo de vida ha llevado a que muchos ciudadanos estadounidenses vivan en la localidad mexicana vecina y la inseguridad ha llevado a que muchas familias mexicanas de estas localidades, las que pueden y tienen los medios, residan “del otro lado”. Las familias binacionales son algo común.
Algunas actividades caen en una zona gris. Por ejemplo, muchos jóvenes estadounidenses visitan la ciudad mexicana vecina porque el acceso a bebidas alcohólicas es mucho más fácil del lado mexicano. De hecho, en México se puede adquirir y consumir estas bebidas desde los 18 años y en Estados Unidos se requiere tener al menos 21.
Medicamentos que en Estados Unidos solo se pueden adquirir con receta médica, en las farmacias del lado mexicano se venden sin ningún control y es común encontrarse muchas farmacias justo antes de cruzar hacia Estados Unidos, que obviamente no atienden una demanda del lado mexicano, que solo venden ese tipo de medicamentos y que, administrados sin supervisión médica como los anabólicos esteroides o antidepresivos, pueden ser de alto riesgo para quienes los consumen.
Este acceso libre y desordenado se engloba en lo que llaman “turismo médico” y que incluye tratamientos o intervenciones quirúrgicas perfectamente legales pero que en Estados Unidos no son cubiertos por las aseguradoras como por ejemplo los dentistas o los cirujanos plásticos que del lado mexicano cobran en dólares. Sin embargo, también incluyen tratamientos muy cuestionables o alternativos que en Estados Unidos no están autorizados y que México se hace de la vista gorda.
Esto no es nuevo. El actor Steve McQueen, famoso en los años 70 recibió un tratamiento “alternativo” en Rosarito, Baja California y falleció en un hospital de Ciudad Juárez. Algo similar ocurrió con la viuda de Martin Luther King. Muchas personas son engañadas con la ilusión de curarse en México lo que la ciencia todavía califica de incurable. Lo que sorprende es que nadie trate por lo menos de poner algo de orden.
Otra de las características que todas las localidades fronterizas del lado mexicano comparten es que sin excepción son dominadas por alguna organización criminal que saca ventaja de la cercanía con Estados Unidos y por donde necesariamente transitan drogas ilícitas. Todas tienen dueño. Hoy es el fentanilo, pero antes fue la cocaína o la marihuana. Para ello, estas organizaciones subordinan a las autoridades locales y son las que realmente gobiernan del lado mexicano. Esto tampoco es nuevo. Ahora son los hijos de quienes ejercían este control en los años 80 y 90. Los residentes de estas ciudades saben dónde viven los líderes de estas organizaciones, que lugares frecuentan y en ocasiones socializan con ellos.
Si a esto se suma la presencia de grupos poblacionales en extremo vulnerables como los migrantes que buscan entrar a Estados Unidos, la mezcla es explosiva.
Un miembro de las fuerzas de seguridad de México permanece cerca de la camioneta blanca con placas de Carolina del Norte y con varios agujeros de bala, en el lugar en el que hombres armados secuestraron a cuatro ciudadanos de Estados Unidos que cruzaron a México desde Texas
Estos factores son los que explican el secuestro y muerte de los ciudadanos estadounidenses que visitaron Matamoros para un tratamiento médico y que aparentemente fueron confundidos por una organización criminal. Lo que les pasó se suma a las agresiones y desapariciones que sufren estadounidenses en México y que son cada vez más frecuentes.
El dominio de las organizaciones criminales es tan obvio que ellos mismos atendieron al herido en una clínica privada y entregaron a quienes cometieron el secuestro y asesinato, como para dejar claro quien aplica la justicia, quien gobierna.
La respuesta del gobierno mexicano no podría ser más mala, en vez de ver y aceptar el problema, de asumir la parte de responsabilidad que sin duda tiene y generar estrategias de cooperación binacional para atender la frontera, AMLO y sus acólitos, como en muchos otros temas, se han dedicado a echar culpas, envolverse en la bandera nacional levantando los brazos al cielo y tratar de negar o minimizar el problema.
¿De verdad nadie le explica al presidente mexicano que es normal que el gobierno estadounidense defienda a sus ciudadanos, que su actitud solo tensa la relación en perjuicio de México, que tarde o temprano las alertas para no viajar a México acabarán afectando al turismo y a las inversiones?