La semana pasada el gobierno de Estados Unidos, en el marco de los acuerdos y procedimientos acordados en el tratado comercial con México y Canadá (T-MEC en México) y por la vía de su representación oficial en este tratado, inició formalmente el proceso de consultas con México por considerar que su política energética, en particular el rol monopolizador que el actual gobierno mexicano da a empresas estatales como PEMEX y la Comisión Federal de Electricidad, son inconsistentes con lo acordado. A los pocos días, al reclamo se sumó Canadá.
El gobierno mexicano, en voz del propio presidente reaccionó primero con burla, proyectando, en Palacio Nacional, un video de una canción llamada “Uy qué miedo” que un cantante tabasqueño hizo famosa en los años 80 y después, en lo que parece una estrategia “más pensada”, acusó a Estados Unidos de dejarse influenciar por enemigos de su gobierno y de atacar la soberanía mexicana.
El proceso y la forma de abordarlo invitan a varias reflexiones.
La solicitud formal de consultas representa un salto cualitativo importante en un proceso de tensión creciente en torno al tratado. Aún no es grave, no tiene consecuencias inmediatas, no es la primera vez que ocurre en este tipo de tratados, pero la solución y que no aumente la tensión con consecuencias negativas, depende de las actitudes de los gobiernos involucrados y ahí vaya que hay preocupaciones del lado mexicano.
Tampoco se trata de una sorpresa. Desde que se negoció y firmó, ya con el gobierno de AMLO, la nueva versión del TLCAN, muchos llamamos la atención sobre las inconsistencias del tratado y las cláusulas que México no tenía como cumplir. En particular, la política energética mexicana, los temas laborales y salariales y las llamadas reglas de origen. En esos temas, México está muy lejos de cumplir con lo acordado. Por diferentes vías y desde hace meses o años, el gobierno estadounidense ha enviado mensajes en este sentido que han sido sistemáticamente ignorados. Era una cuestión de tiempo.
En su momento al inicio de este gobierno, embriagado por el enorme poder que le brindaba el contundente triunfo electoral, con tal de firmar lo que fuera y no enfrentarse con Trump que amenazaba con imponer aranceles a productos mexicanos (aranceles que por cierto estarían una o dos etapas después en el camino iniciado con las consultas), se dijo que el nuevo gobierno había demostrado su capacidad de gestión con Estados Unidos y controlado las inquietudes del sector privado de ambos países. Hoy, eso ya no es tan cierto.
Lo ocurrido y lo que puede pasar, hace evidente la ausencia de colaboradores que ayuden al presidente mexicano a sortear de mejor manera este tipo de asuntos. Particularmente en el ámbito internacional. Estas quejas no surgen de un día para otro. Se supone que las representaciones del gobierno mexicano, que tanto nos cuestan, en Estados Unidos y Canadá, tienen comunicación constante con los gobiernos de esos países y deberían prevenir y contener que estas quejas no escalen. ¿Qué hacen nuestros embajadores en esos países? Y algo similar se puede decir de los responsables de los temas comerciales o de quienes llevaron la negociación inicial.
Llama la atención, aunque desafortunadamente no sorprende, la reacción de AMLO según la cual el reclamo de Estados Unidos pone en riesgo la soberanía nacional. O bien el presidente mexicano no entiende los acuerdos comerciales con otros países o bien se trata de una estrategia para rentabilizar políticamente el tema. Mucho me temo que sean las dos cosas.
Suponer que lo reclamado pone en riesgo la soberanía mexicana es tanto como pensar que, si usted es propietario de un departamento y decide rentarlo, el contrato de arrendamiento, per se, pone en riesgo sus derechos como propietario. Contraargumentar al reclamo, que México es soberano para cambiar sus leyes es una obviedad que ni siquiera tendría que mencionarse.
Anunciar, como lo hizo AMLO, que expresará la posición oficial de su gobierno en el marco del desfile militar del 16 de septiembre recuerda escenas de dictadores dando discursos entre tanques militares acusando al imperialismo de un intervencionismo sesentero que nada tiene que ver con lo que está ocurriendo. Qué desafortunada y burda utilización política de algo que es mucho más serio.
Por último, no debiera ser el presidente mexicano quien sale al paso de estos reclamos. Por la sencilla razón de que no es el presidente estadounidense quien los hace. Hay funcionarios de niveles inferiores, técnicos, que deben dar respuesta, para eso están. En el ámbito internacional, después de 4 años, AMLO y su equipo no han entendido lo que les toca hacer y cuándo.