POR JORGE SANTIBÁÑEZ
El inicio de cada año es la época en la cual cabe el optimismo. Dan ganas de creer que este año será mejor que el anterior. En muchos temas ese optimismo es justificado. Desafortunadamente, en el tema migratorio no es el caso y no darse cuenta de que inicia un año difícil sería poco realista. Están en la mesa todos los ingredientes para que los migrantes se vean obligados a dejar sus lugares de origen, que el tránsito se dé en condiciones crecientes de riesgo y vulnerabilidad y que los países de destino rechacen a estos migrantes.
En la región, el país de destino de los migrantes es y seguirá siendo Estados Unidos. La politización del tema en un año de elecciones intermedias no ayudará a que una reforma migratoria avance o a que se mejoren las condiciones de vida de los inmigrantes. La propuesta que Joe Biden sometió al Congreso, muy buena en teoría, no se ha movido un centímetro desde el primer día de su mandato.
Ni él ha invertido su capital político (que es cada vez menor), ni su partido está listo para discutirla seriamente y 2022 no será el año en que eso ocurra y así la reforma IRCA (por sus siglas en inglés) aprobada en el lejano 1986, durante la administración de Ronald Reagan, seguirá siendo la última reforma trascendente. El proceso migratorio que aporta mano de obra a una economía que la necesita y le da futuro demográfico social y económico a la sociedad estadounidense seguirá en el desorden que a quien más perjudica es a los migrantes.
Por el contrario, todo indica que la sociedad estadounidense exigirá a su gobierno que, como sea, ponga orden en la frontera con México; si bien es cierto que la administración Biden no recurre a las estrategias violatorias de los derechos humanos básicos tan criticadas durante el mandato de Donald Trump, también es cierto que Biden no ha sido capaz de presentar una alternativa viable, y cada vez más americanos (y aparentemente algunos mexicanos) piensan que el estilo Trump que persigue, detiene y rechaza a los migrantes y le exige a México que los detenga en su territorio a como de lugar es, al final del día, más eficiente o la única.
Del lado de los países de salida, aun con la llegada de algunos apoyos, no se ve cómo incidirán de manera sustantiva en las condiciones de vida de sus ciudadanos como para que prefieran no migrar. Al contrario, puede que empeoren como consecuencia de la pandemia que, como todas las tragedias, pega más a los pobres.
México, que juega un papel central en el proceso, volcado en “grillas” internas relacionadas con la sucesión presidencial, seguirá sin entender lo migratorio y sin hacer nada por modificar las condiciones que obligan a los mexicanos a migrar a Estados Unidos y a los centroamericanos a transitar por su territorio. Claro, se seguirán festejando la llegada de las remesas como si se tratara de un logro gubernamental y periódicamente se dirá que los programas sociales de AMLO generan condiciones de arraigo. Entre el cinismo y la mentira.
Sin duda, se dirá que la instrumentación de programas mexicanos en Centroamérica como el de Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo Futuro lograrán que de un día para otro los centroamericanos tendrán en sus países la paz, seguridad y desarrollo que no han tenido nunca y que en los últimos 30 años los ha obligado a huir, a donde sea y como sea. Será otra mentira.
Solo como un indicador que demuestra porqué esas estrategias no resolverán el problema, comparemos las siguientes cifras. En 2022 el gobierno estadounidense ha prometido que para el desarrollo de estos programas aportará 800 millones de dólares mientras que el gobierno mexicano acaba de inyectar a PEMEX 3.500 millones de dólares. No guarda ninguna proporción lo que se dice que se aportará con la magnitud del proceso migratorio o con lo que el gobierno mexicano invierte en el ordenamiento del tema.
Peor aún, todo apunta a que México jugará de manera más decidida el papel de policía migratorio de Estados Unidos. Como muestra un botón. El año lo iniciamos con la exigencia mexicana de visado para los ciudadanos venezolanos con el argumento de que usan a México como país de tránsito hacia EE.UU. Más allá de una palmadita en la espalda que algún funcionario menor del Departamento de Estado dará al canciller mexicano, no sé qué gana México con estas medidas que ni siquiera nos han sido solicitadas o acordadas formalmente. ¿A cambio de qué? Parece que no se entiende que los venezolanos tienen la necesidad de salir de su territorio y que este “requisito” no los detendrá, sino que incrementará el uso de mecanismos clandestinos que solo ponen en riesgo a los migrantes y alimentan al crimen organizado.
En síntesis, 2022 pinta como un año en el que habrá más presiones para que los migrantes dejen sus países, México festejará las remesas, dirá que la migración ha disminuido gracias a sus programas y jugará a ser la patrulla fronteriza estadounidense persiguiendo y deteniendo a esos migrantes lanzándolos a los brazos del crimen organizado y no habrá reforma migratoria en Estados Unidos. Nada como para creer que este año será mejor.